miércoles, 19 de junio de 2013

Vuelves de clase, sonríes a tus padres y como siempre le dices que ha sido un buen día. Comes poco, dices que hoy has desayunado mucho y no tienes mucha hambre, entras a tu cuarto y ves a tus ídolos colgados en tus paredes, saber que los tienes ahí te hace sonreir. Todo va bien, es un buen día, te sientas en la silla de tu escritorio y piensas, en todo lo que te preocupa, lo que te hunde, intentas encontrar un por qué estás mal pero no lo encuentras. Te miras al espejo y solos ves imperfecciones, ves a una chica humilde, tonta, sin valor de hacer las cosas por si misma. Ves a una chica débil y frágil, ves a alguien reflejada y te intentas convencer de que no eres tú, de que tú no eres como ves en tu reflejo. Vuelves a mirarte mientras una pequeña lágrima sale de tus ojos y te durrumbas, de nuevo. No hay razón alguna para sentirse así, entonces, ¿por qué? ¿Por qué no puedo hacerme de valer? ¿Por qué no puedo utilizar mis propios consejos conmigo misma? ¿Por qué me hago daño? ¿Por qué sigo creyendo que soy fuerte, cuando soy débil? Poco a poco las murallas de resistencia que me mantenían arriba se han ido destruyendo, pero eso no es lo peor, lo peor es que no sé volverlas a construir. He creído tantas veces que me hacían daño, cuando era yo misma quien me lo hacía. Cuando yo misma he echo de mi a lo que soy ahora. Nadie.

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